Rodrigo Alonso
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Carl Funge. Rapsody Spray I.
Infografía. 2000. |
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Yasumasa Morimura. Portrait
(Nine Faces). Infografía. 1997. |
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En el extenso campo de prácticas que se conoce con el nombre genérico de electrografía pocos parecen, a primera vista, los elementos recurrentes. Se hace hincapié frecuentemente en su naturaleza técnica y en su voluntad de multiplicidad, producto de los medios de reproducción que están en la base de las piezas. También se refriere, por lo general, su tendencia a la inmaterialidad, a un trabajo que privilegia los procesos sobre los objetos resultantes, si bien en muchas de las obras electrográficas la experimentación sobre los soportes, los materiales de impresión, las texturas o las técnicas reproductivas no son un dato menor.
Existen, sin embargo, algunos rasgos distintivos que ubican a la electrografía en el terreno de las exploraciones artísticas contemporáneas. No es casual que la computadora y las técnicas más innovadoras de impresión digital hayan venido a sumarse a su arsenal de medios y herramientas; no obstante, las razones de su actualidad exceden las cuestiones puramente instrumentales.
En un ensayo hoy clásico, “Procedimientos Alegóricos: Apropiación y Montaje en el Arte Contemporáneo” (1982), Benjamin Buchloh puso en evidencia el carácter analítico, reflexivo y crítico de dos prácticas artísticas basadas en el trabajo con materiales preexistentes: la apropiación y el montaje. En ellas, el artista desgasta su material de partida, pero lo hace para encauzarlo hacia un nuevo destino semántico. En la apropiación, superposición y yuxtaposición de fragmentos —operaciones básicas del montaje— la multiplicación de asociaciones y los desplazamientos de contexto hacen estallar los sentidos originales en una miríada de posibilidades impensadas. Así como el poeta dadaísta —sostiene Buchloh— desgastaba palabras, sílabas y sonidos, despojándolos de todas las funciones y referencias semánticas tradicionales hasta que se hacían visuales y concretos, los artistas que recurren a la apropiación y el montaje desgastan materiales, objetos e imágenes alejándolos de sus connotaciones originales y sus funciones instrumentales, negando su naturaleza objetual o mercantil, y dando nueva vida a sus sentidos latentes.
Muchas de estas operaciones están en la base de la creación electrográfica. Para el artista embarcado en esta tarea, no se trata en general de partir de cero, de abocarse a la producción ex-nihilo, sino más bien, de posicionarse frente al punzante universo material e iconográfico del mundo contemporáneo. Como el músico industrial que compone a partir de ruidos y sonidos de operaciones fabriles y de máquinas, o como el DJ que mezcla y reelabora la música comercial a partir de la cual trabaja, una vertiente importante de la producción artística contemporánea se orienta hacia la reformulación y el reciclaje de productos culturales y sociales preexistentes. Dentro de esta vertiente, que Nicolas Bourriaud ha denominado de post-producción, puede ubicarse a un amplio sector de los creadores que mediante fotocopias, faxes, técnicas de reimpresión, manipulación de fotografías e imágenes digitales, o intervenciones en la world wide web, exploran un tipo de obra artística en franco diálogo con el contexto estético y sociocultural que los rodea.
La imagen técnica posee, por otra parte, cierta propensión a la indiferencia. La facilidad de su producción y su constante disponibilidad la transforman en un objeto ordinario, corriente, demasiado cercano, carente de esa lejanía que Walter Benjamín captó en el concepto de aura.
La electrografía opera sobre esa indiferencia. Potenciando porciones del fluido icónico, fijando algunas imágenes en su carrera, pero fundamentalmente, rescatando extractos visuales de la masa indiferenciada, el proceder electrográfico contraviene el destino de la imagen electrónica en el seno de la industria cultural. En esta tarea pulsa uno de los aspectos más radicales del ready-made duchampiano: su extracción de un objeto de la uniformidad industrial para dotarlo del valor de la reliquia, ese producto corriente transformado en especial por el simple hecho de que alguien ha depositado su atención, sus expectativas o sentimientos en él.
La obra es así un acontecimiento, un sitio donde se produce subjetividad y se revela la potencialidad contenida en el fragmento técnico, sea éste mecánico, electrónico o digital. El net.art no opera de manera muy diferente: en el devenir ilimitado de páginas comerciales, su presencia es un oasis, un enclave de extrañeza y personalidad, un punto de articulación semántica que nos invita a reflexionar y reconsiderar toda la red.
En este despertar de la conciencia tecnológica en su relación con el arte, la cultura y el mundo, los instrumentos de trabajo dejan de ser herramientas para transformarse en verdaderos medios analíticos, de producción, reflexión y comunicación. Sus creaciones son el resultado de una nueva forma de pensar la realidad, antes que de un nuevo modo de representarla. En este pensamiento en acto, se cifra una de las fuentes energéticas más genuinas de la producción electrográfica actual.
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Publicado en:
Trans-Art. Arte y Electrografía (catálogo). Santiago de Chile: Universidad de Talca, 2005.
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