Rodrigo
Alonso
INTRODUCCIÓN
Por alguna extraña razón, en nuestro
país, todo acontecimiento que conmueve el rutinario ritmo de la
cotidianidad parece instaurarse como un hito fundacional: las prácticas
no poseen tradición, los hechos no registran antecedentes, las
crisis no tienen precedentes. Alentadas por los medios de comunicación,
este tipo de afirmaciones responde a la lógica de las noticias
y del consumo: ambos deben renovarse permanentemente a fin de no sucumbir
en el desgaste, el desinterés o el tedio.
En la opinión pública, en cambio, suele generalizarse otro
discurso: el “era evidente”, “se veía venir”
o “había que ser un tonto para no darse cuenta” reemplaza
el estupor con una genealogía incierta pero tranquilizadora, como
si la previsión pudiera exorcizar, al menos en parte, las innegables
consecuencias del trance.
Pero, ¿acaso es posible interrogar al presente en esos términos?
Entre las teorías del shock y las de la obviedad, ¿no existe
la necesidad de repensar, tras el impacto de lo imprevisible y desde los
síntomas retrospectivamente evidentes, cómo posicionarse
en el mapa brutalmente rediseñado de una economía y una
política globalizadas?
Los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001, en tanto emergentes
de una crisis política e institucional insostenible, parecen haber
transformado esa reflexión en una exigencia. Y el arte no es ajeno
a esta interpelación –más allá de si la asume
o no– que se extiende a todo el espectro de los actores sociales,
políticos y culturales.
Sin embargo, sería una falacia pensar que la reflexión artística
sobre la realidad político-social sólo surge de una coyuntura
de tal tipo. De hecho, una rápida mirada a la producción
de los últimos años señala claramente cómo
numerosos artistas fueron reemplazando las preocupaciones formales por
otras arraigadas en el contexto social, acompañando el proceso
de deterioro institucional que haría eclosión en los albores
del tercer milenio. En pleno auge de la fiesta menemista, no son pocas
las expresiones de inquietud por las consecuencias de las políticas,
principalmente económicas, que excluyen cada vez con más
violencia a amplios sectores de la sociedad.
La reconstrucción del mapa de tal proceso exigiría un análisis
con una profundidad que excede los alcances de esta introducción.
No obstante, no pueden dejar de mencionarse algunos elementos claves en
la conformación de un contexto de debate sobre la práctica
artística y su relación con el entorno socio-cultural, instancias
que fueron perfilando algunas de las direcciones principales en este recorrido.
Aun en su mención desordenada y fragmentaria, se trata de claves
que no pueden pasarse por alto a la hora de intentar una evaluación
significativa de este período.
EL CONTEXTO DE LOS DEBATES
Desde mediados de la década del noventa,
Buenos Aires fue protagonista de un caudal de exhibiciones poco común.
A la apertura de espacios alternativos al circuito oficial, se sumó
la vitalidad de los principales museos y centros culturales, embarcados
en una fiebre “exhibicionista” no siempre gratificante, pero
que en su vorágine no dejó de ofrecer algunas propuestas
de interés.
Un modelo que se impuso crecientemente fue el de las muestras antológicas.
Entre ellas, las de Alberto Heredia, Antonio Berni, Juan Carlos Romero,
Horacio Zabala o Juan Carlos Distéfano, por sólo mencionar
algunas, permitieron una aproximación a un tipo de producción
artística con un claro anclaje en cuestiones políticas,
sociales o históricas, aspectos que también pudieron apreciarse
en la producción reciente de artistas con antecedentes en la misma
vertiente, como Edgardo Vigo, Oscar Bony, Pablo Suárez, Margarita
Paksa o León Ferrari. Más allá del hecho de si esas
exhibiciones se realizaban por el interés en esos artistas o por
la necesidad de completar las cada vez más necesitadas agendas
culturales, lo cierto es que el público local, y en particular
los artistas jóvenes, tuvieron la oportunidad de enfrentarse con
planteos netamente diferenciados de la por entonces legitimada “estética
del Rojas” que, siguiendo las directivas de su mentor, Jorge Gumier
Maier, proponía la indiferencia del arte por la realidad (1)
.
Una muestra clave en este proceso fue la reconstrucción de las
“Experiencias ‘68", que Patricia Rizzo organizó
en la Fundación Proa en mayo de 1998 (2)
. Lo fue, principalmente, por todo el debate que generó a su alrededor,
en relación a la posibilidad de reconstruir un evento que, en su
momento, excedió la simple presentación de “obras”
artísticas. Las Experiencias ‘68 que se llevaron a cabo en
el Instituto Di Tella de Buenos Aires en mayo de 1968, constituyen un
punto clave de lo que Ana Longoni y Mariano Mestman llaman el “itinerario
del 68", uno de los momentos de mayor politización del arte
argentino (3) .
Las discusiones continuaron por múltiples vías. Valeria
González y Santiago García Navarro organizaron durante el
2000 un ciclo de encuentros denominado “Debate Estético Contemporáneo”,
en el que se discutía sobre las formas de la producción
artística y su contexto, al tiempo que la novel revista Ramona,
tras un período puramente informativo (4)
, comienza a incluir ensayos en torno a temas como la estética
peronista, el arte en la dictadura o los escraches. Ese mismo año
2000 se lanza oficialmente el Proyecto Trama, un programa de intercambio
de artistas y teóricos que propicia el debate sobre las relaciones
de los artistas con el entorno social y político (5)
. No debe dejarse de lado, por otra parte, la repercusión local
que tuvieron la Documenta X (6)–con
su apuesta netamente política– y las visitas de su curadora,
Catherine David, a Buenos Aires, en los años inmediatamente anteriores
(7).
Paralelamente, se publican dos libros fundamentales: “Del Di Tella
a «Tucumán Arde». Vanguardia Artística y Política
en el ‘68 Argentino” de Ana Longoni y Mariano Mestman (8),
y muy poco tiempo después, “Vanguardia, Internacionalismo
y Política. Arte Argentino en los Años Sesenta” de
Andrea Giunta (9) . Ambos libros son el
resultado de extensas investigaciones tendientes a dilucidar la forma
en que el arte argentino se imbrica con su entorno político en
momentos específicos de la década del sesenta. En tanto
actualización del debate, y debido fundamentalmente a su sólida
construcción teórica, estas publicaciones, de amplia difusión,
aportan argumentos sólidos a la comprensión de las discusiones,
jamás clausuradas, en torno a las posibilidades de un arte que
actúe sobre el entorno social de manera efectiva.
En agosto de 2001, Valeria Gonzalez cura “Sub-urbe”, una muestra
de arte de expresas connotaciones políticas en el marco de los
Talleres Abiertos de La Boca. La muestra pasó prácticamente
inadvertida, ya que duró únicamente un fin de semana, pero
constituye un antecedente importante en cuanto a la reunión de
artistas contemporáneos con una mirada abiertamente crítica
a la situación socio-política del momento, planteada, paradójicamente,
en el marco de un evento “oficialista”. La misma paradoja
se produjo cuando González vuelve a curar una muestra en la misma
línea, esta vez junto a Marcelo de la Fuente, para los Talleres
Abiertos de San Telmo, bajo el título de “Futuro Inmediato”.
A diferencia de su antecesora, “Futuro Inmediato” fue una
muestra polémica. El hecho de haber sido presentada con posterioridad
a los sucesos de diciembre de 2001 la dotó de un nivel de problematicidad
que en la anterior pasó inadvertido, aunque también estaba
presente. Si bien la selección de los artistas presentaba altibajos,
las discusiones se dirigían principalmente a la pertinencia de
realizar una muestra con tales características, y a las posibilidades
del arte de dar cuenta del entorno sociopolítico del que surge.
Una polémica en la que resonaban los ecos de un debate con más
de treinta años de vida, pero que hasta ese momento había
quedado rezagado en el confortable contexto del neoliberalismo.
El umbral de diciembre de 2001 repercutió de manera similar en
la muestra “Arte y Política en los Sesenta”, curada
por Alberto Giudici en el Palais de Glace. Planeada con anterioridad a
tal fecha, su inauguración posterior la transformó casi
en un manifiesto. Mucha gente la consideró “una muestra necesaria”,
“una guía para los tiempos que corren”. Y los tiempos
ya habían cambiado ostensiblemente...
No obstante, el termómetro de la crisis se venía gestando
con anterioridad en la obra de los jóvenes realizadores cinematográficos.
Desde, digamos, Pizza, Birra y Faso –por sólo
mencionar una de las primeras películas que impactó de manera
contundente en la opinión pública– una nueva camada
de cineastas comenzó a mirar de manera cada vez más constante
a su alrededor. De esa mirada surgió un ámbito de relaciones
problemáticas entre realidad social, economía y poder político,
que fue plasmándose lenta pero persistentemente. El comentario
social no encuentra en estos realizadores las resistencias tan reiteradas
en el ámbito de las artes plásticas.
ARTE, POLÍTICA Y SOCIEDAD.
UNA DISCUSIÓN SIN FIN
Detengámonos en la siguiente reflexión
del filósofo norteamericano Arthur Danto:
“En mi opinión, existirían
casos en los que estaría mal o sería inhumano tomar una
actitud estética, colocar ciertas realidades a una distancia
psíquica: por ejemplo, ver un tumulto en el que la policía
está golpeando a los manifestantes como si fuera un ballet, o
ver una bomba que explota como si fuera un crisantemo místico
desde el avión que la ha lanzado. La cuestión es qué
es lo que uno debería hacer. Por razones similares,
creo que hay cosas que sería casi inmoral representar en el arte,
precisamente porque éste las coloca a una distancia inadecuada
desde una perspectiva moral. Tom Stoppard dijo una vez que si uno ve
un acto injusto por la ventana, lo menos útil que puede hacer
es escribir una novela sobre lo que está sucediendo. Yo iría
más lejos, sugiriendo que hay algo malo en escribir una novela
sobre esa clase de injusticias en las que uno tiene obligación
de intervenir...” (10) .
¿Acaso escribir una novela sobre un acto
injusto no es una forma de intervención? No intervenir sería
ignorar o ser indiferente a lo que está sucediendo. Pero tanto
Danto como Stoppard están exigiendo otra forma de intervención,
que el último caracteriza cabalmente: una intervención útil.
En su pensamiento, el arte no sólo es “inútil”,
sino que no posee la capacidad para actuar sobre la realidad, esto es,
pertenece a una esfera completamente autónoma a ésta.
Desde su consolidación en las teorías idealistas, el tema
de la autonomía del arte no ha dejado de ser un punto álgido
en la reflexión sobre el arte y sus circuitos (11).
Para Peter Bürger, por ejemplo, el cuestionamiento de la separación
del arte de la vida cotidiana ha sido uno de los principios rectores de
las vanguardias históricas (12).
La construcción de un ámbito específico, ampliamente
inspirado en las nociones románticas del artista como “genio”
y la obra de arte como “objeto que trasciende la realidad”,
crea un abismo entre la obra artística y su contexto que muchos
artistas han querido franquear en vistas a restituir el valor social de
su producción.
El tema fue un núcleo de debate importante en la década
del sesenta, particularmente en torno a la construcción de una
experiencia singular, “Tucumán Arde” (1968), de la
que se ocupan ampliamente los libros de Longoni-Mestman y Giunta citados.
Entre las discusiones, se gesta el concepto de eficacia, mediante
el cual se busca calibrar la relación de la obra artística
con el entorno político. “El arte no será ni la belleza
ni la novedad, el arte será la eficacia y la perturbación”,
sostenía León Ferrari, mientras Pablo Suárez aseguraba
“Usaré toda mi creatividad para acabar con el sistema. La
eficacia es la forma”. Más recientemente, Roberto Jacoby
recuerda “en 1968 me empezó a importar mucho la eficacia,
el efecto, las consecuencias de lo que se hacía y esto en términos
políticos” (13).
Es curioso, por no decir contradictorio, que la lucha contra el sistema
se encarne en un concepto de resonancias capitalistas como el de eficacia,
aun cuando ésta sea sólo una de las aporías intrínsecas
a la vanguardia. Sin embargo, si bien el contexto de una revolución
política inminente hoy nos resulta lejano –por lo menos en
la radicalidad con que se la pensaba en ese momento – el debate
está lejos de haber sido clausurado. Las reflexiones sobre las
posibilidades de una acción eficaz del arte sobre su entorno, sumadas
a la exigencia de una comprensión cabal de las relaciones entre
arte y sociedad fomentada por esas mismas deliberaciones y a la perspectiva
histórica desde la que hoy podemos recuperar el debate, deberían
ofrecernos un marco privilegiado para repensar la cuestión. De
esta forma, evitaríamos caer en la demasiado apresurada constatación
del fracaso de las vanguardias (14).
EL PROYECTO ANSIA Y DEVOCIÓN.
UNA MIRADA AL ARTE ARGENTINO RECIENTE
En un ensayo de 1997, Eva Grinstein constataba:
“hoy se impone la bucolia de una paz marcada por la entronización
del mercantilismo, y la producción de los artistas emergentes también
se hace eco, de alguna forma, de ese imperativo... Los más nuevos
artistas argentinos abordan la creación sólo para oponerse
a la nada... productos del tedio, no de la tragedia, sus obras encarnan
un único mandato: hacerse poesía para que no todo se constituya
como vacío” (15).
La mirada de Grinstein sobre el arte de esa época, evidentemente
general, dejaba de lado la obra de artistas jóvenes que despuntaban
con una producción arraigada en los problemas sociales que ya se
hacían sentir con fuerza y que incluso circulaban en el circuito
“oficial”, como Graciela Sacco (representante argentina en
la Bienal de San Pablo el año anterior), Daniel Ontiveros o Rosana
Fuertes, sin mencionar a quienes, desde afuera de tal circuito, también
operaban en la misma línea (16).
Sin embargo, se trata de una mirada a la que muchos de los actores culturales
de aquel momento suscribían.
Lo cierto es que en los años siguientes, la tendencia a la reflexión
sobre la situación social, política y económica del
país en la producción artística local alcanza un
nivel cada vez más visible y constante. Aun así, es importante
entender que este hecho no obedece a razones meramente coyunturales.
Una de las hipótesis de Ansia y Devoción es
que los artistas no reaccionan a la crisis que desemboca en los sucesos
de diciembre de 2001, sino que acompañan con su reflexión,
encarnada en obras, el proceso en el que se van gestando algunas de sus
causas, en parte por un interés propio, pero también, porque
las condiciones del campo artístico propiciaban tal aproximación.
De igual manera, busca evidenciar la constante preocupación de
los artistas por el entorno en el que viven, más allá de
las modas y de las políticas de exhibición oficiales, y
más allá también de las circunstancias socio-políticas
puntuales. En este sentido, es importante señalar que ninguna de
las obras de la exhibición ha sido creada específicamente
para esta muestra; de hecho, la mayoría ya fueron exhibidas, si
bien de manera aislada. Ansia y Devoción se propone
como un ámbito que permita el diálogo y la confrontación
de tales obras, potenciando su mirada crítica al dotarlas de un
contexto discursivo orgánico.
Finalmente, la propuesta intenta trascender las categorizaciones generacionales
y los estereotipos estéticos que reducen la comprensión
de la producción argentina reciente a confrontaciones acríticas
(los ochenta vs. los noventa, artistas consagrados vs. artistas emergentes,
artistas de Buenos Aires vs. artistas del interior) o a etiquetas reproducidas
lacónicamente, como “arte político” o “nuevas
tendencias”. Por tal motivo, se incluyen artistas de diferente generación,
reconocidos o no, al mismo tiempo que se ha evitado conformar un catálogo
de “artistas políticos”.
Los artistas seleccionados desatienden la autonomía de la obra
artística. Sus propuestas exploran el entorno político,
social, económico o cultural contemporáneo, en un intento
por reflexionar sobre la realidad argentina reciente, trascendiendo las
imposiciones y limitaciones temporales, disciplinarias o estéticas,
buceando en la historia, los mitos y la memoria colectiva.
Este amplio panorama, que de ninguna manera es ni se considera exhaustivo,
ha sido organizado en torno a dos núcleos temáticos.
Por una parte, una serie de obras que abordan las transformaciones socioculturales
que en los últimos años han desembocado en situaciones como
la descomposición institucional, la desaparición de la industria
nacional, la pérdida de los espacios públicos o la renovación
de los procesos migratorios.
Por otra parte, un conjunto de obras que reflexionan sobre la instauración
o la intensificación de los mitos populares y las formas de la
pasión colectiva.
CARTOGRAFÍA DEL ANSIA
ansia. (Del lat.
anx0a, f. de anx0us, angustiado)
f. Congoja o fatiga que causa inquietud o agitación violenta.
Existe una medida bastante sintomática
que marca la diferencia entre la euforia por la recuperación de
la democracia a comienzos de la década del ochenta y las expectativas
sociales a finales de la década siguiente: si en los ochenta las
masas colmaban los actos políticos, en los noventa la mayor manifestación
popular se produce en las puertas de la Iglesia de San Cayetano.
El deterioro de la industria nacional, con su concomitante degradación
del mercado laboral y el engrosamiento de los sectores al margen del sistema
productivo, es sólo uno de los síntomas de un proceso que
puede rastrearse en el debilitamiento de las instituciones políticas,
la corrupción generalizada, las presiones de los grandes grupos
económicos, la apertura sin límites al mercado globalizado,
la adopción acrítica de las normativas de los organismos
económicos internacionales o la incorporación irrestricta
de los capitales extranjeros al desprotegido mercado local, por sólo
mencionar los más evidentes. Las ridículas políticas
gubernamentales del “compre nacional” o los planes Trabajar,
contrastan dramáticamente con los delirios primermundistas de la
convertibilidad, la adopción de políticas empresarias adaptadas
a los estándares internacionales o la eficiencia de los servicios
privatizados, sistema que en poco tiempo se ha transformado en el rostro
patético de uno de tantos sueños irrealizados.
Cartoneros, piqueteros, caceroleros, truequeros dan rostro a una realidad
en la que permanentemente asoman la miseria, la inseguridad y el hambre.
Pero también aparecen como rostros de la resistencia, de formas
de organización y lucha alternativas, ligados a un proceso crítico
que señala perseverante el agotamiento del sistema político
actual.
En 1998, Daniel Ontiveros realiza $ 0,70/kg y $ 0,15/kg (Distribución
1977-1998). La primera consistía en un carro de supermercado
lleno de latas metálicas abolladas, la segunda presentaba pilas
de diarios aplastadas con piedras. Si bien ambas obras remiten a la labor
de reciclaje que llevan a cabo los cartoneros, cada obra presenta un matiz
diferencial. En la primera, hay una referencia explícita a un consumo
sofisticado, producto de un grado elevado de industrialización
(cuando aún no se preveía el retorno al envase de vidrio).
La segunda ofrece un comentario de tipo histórico, ya que son los
diarios editados desde los comienzos de la dictadura militar, con los
acontecimientos que van marcando los momentos de esa historia, los que
esperan su destino final en el reciclaje.
Los fantasmas de la industria nacional afloran en las pinturas de Patricio
Larrambebere. Copiadas pacientemente de fotografías tomadas en
lugares existentes de Buenos Aires, las deterioradas arquitecturas abatidas
por el tiempo mentan el destino de las políticas desarrollistas
y progresistas forjadas al calor de la utopía industrial. Los nombres
sobre las fachadas sólo encuentran eco en las generaciones adultas;
en las más jóvenes, seguramente, actuarán como un
signo de extrañeza.
Las fotografías de Sebastián Friedman exponen la contra
cara de esta situación. La hilera de gente buscando empleo, haciendo
largas colas en las veredas de la ciudad con su curriculum en mano, ya
es casi parte del paisaje urbano, aunque haya mermado en los últimos
años. En la serie de los Empleados, en cambio, el gesto enfático
otorga a los retratos un sentido bastante ambiguo, entre la heroicidad
y la ironía.
La obra de Nora Iniesta hace referencia a un episodio reciente: la campaña
del “compre nacional”. Con sutil ironía, Iniesta borda
la bandera argentina sobre pequeñas bolsas plásticas importadas,
señalando cómo la “nacionalidad”, al nivel de
las políticas de gobierno pero también de la tan debatida
identidad, puede en algunos casos funcionar sólo como un efecto
de superficie.
En sus pinturas de pequeño formato, Magdalena Jitrik rescata los
rostros de pensadores y militantes socialistas. Sus facciones amarillentas
sobre un violento fondo rojo constituyen, en realidad, la recuperación
de una actitud antes que la descripción de personajes memorables.
Hieráticos o sonrientes, exaltados o en sosegada intimidad, sus
semblantes conforman el retrato de una época, pero también,
de un posicionamiento ético orientado por un programa concreto
de compromiso social.
Esos rostros, algo lejanos, contrastan con los más inmediatos de
la serie de autorretratos de piqueteros de Gian Paolo Minelli. Como lo
hiciera con los habitantes de Villa Lugano y del barrio Luis Piedrabuena,
Minelli ofrece su equipo fotográfico a los protagonistas de los
retratos para que ellos mismos elijan la forma y el momento de la toma,
imagen que se completa luego con otra de su entorno inmediato. De esta
forma, el resultado surge de un acto de decisión, que late plenamente
en la firmeza de los rostros.
Mucho más enigmática es la imagen de Episodio de
piquete en los alrededores de los bajíos de Barragán, partido
de Magdalena, provincia de Buenos Aires de Leonel Luna. En un
formato apaisado que recuerda la pintura de Cándido López,
la fila de autos orientada hacia el horizonte fulgurante adquiere los
visos de una epopeya, a medio camino entre la cruda realidad y la evocación
idealizada, entre la urgencia del conflicto y su filiación histórica.
El Grupo Venteveo se forma casi como una reacción a los acontecimientos
del 19 y 20 de diciembre de 2001. Considerando el hecho como uno de los
momentos claves de nuestra historia reciente, sus integrantes deciden
editar un documental que muestra la crudeza de los enfrentamientos. Pero
el video nace también con un mandato: la máxima distribución
posible y fuera de los circuitos tradicionales. Es por esto que se regala
a todo el que se interese por él, y su etiqueta incluye las instrucciones
para copiarlo.
En sus relecturas de teorías claves del pensamiento económico,
político y social, Diego Melero recupera los fundamentos históricos
de las políticas contemporáneas. Mediante performances en
las que debate con el público sobre obras clásicas de la
sociología universal, el artista busca reactualizar los debates
que dieron origen a conceptos nucleares como propiedad privada, contrato
o capital, despertando la conciencia sobre la formulación de las
nociones rectoras de la vida social presente y el derrotero que las ha
decantado hacia su estado actual.
Melero perteneció al grupo La Mutual Art-Gentina, que entre 1999
y 2001 realizó una serie de acciones en las calles. Afiches, volantes,
periódicos, pintadas callejeras y hasta inusuales “objetos”
–sobres para votar con una feta de salame en su interior, por ejemplo–
constituyeron el abanico de recursos –muchos de ellos con antecedentes
directos en la actividad política– mediante los cuales buscaron
provocar la reflexión del habitante urbano sobre situaciones sociales
históricas y de actualidad.
El espacio público fue también el escenario de las acciones
del grupo Costuras Urbanas. En su intervención callejera Privatizado,
un conjunto de cuerpos actúan como señalizadores de las
transformaciones del entorno público como consecuencia de las políticas
privatistas. Los actos son simples pero contundentes, y revelan aspectos
que sin ser desconocidos, en su lenta y constante implementación
tendieron a pasar desapercibidos.
La inyección de capitales extranjeros que acompaña el proceso
privatista y la apertura al mercado internacional produjo una rápida
mutación de las políticas empresarias. Bajo la égida
del marketing y el management global, todo un vocabulario
de términos y conceptos, pero también de modos y actitudes,
transformaron a los individuos y a la sociedad argentina en piezas del
ajedrez transnacional. Hernán Marina juega con ironía sobre
este tablero de nociones. Sus imágenes, despojados ready-made
de extracción empresarial, comentan con elocuencia un rasgo prototípico
de la política neoliberal.
Emulando la promisoria expansión al mundo y el exitismo de tal
política, Fabián Trigo creó una empresa virtual,
AS (Argentinos seleccionados), mediante la cual se generaba
un mercado de exportaciones de profesionales argentinos al mundo, en una
cápsula especialmente diseñada para tal fin. La obra fue
presentada siguiendo las reglas del marketing empresarial, con
publicidad, promotoras, impresos, merchandising y página
en Internet. Las 300.000 visitas al sitio web y los cientos de curriculums
recibidos pusieron en evidencia las delicadas relaciones de esta propuesta
con el contexto de la degradación laboral.
Rocío Pérez Armendáriz ha explorado también
el terreno de las renovadas ansias migratorias. Trabajando a partir de
encuestas realizadas en ambientes universitarios construyó La
encomienda perfecta, una caja con aquello que los entrevistados
desearían recibir en caso de emigrar del país. Para su presentación
en la Fundación Proa, la artista realizó nuevas encuestas
en las inmediaciones. Los resultados fueron bien diferentes. Mientras
en la universidad la idea de emigrar fue recibida con naturalidad, en
la Boca son muchos quienes esgrimen argumentos en contra de la partida.
El contenido de las cajas también ha variado en cada caso.
El video Heroica, de Silvina Cafici y Gabriela Golder,
exhibe una realidad que quizás hoy nos resulte extraña:
el caso de las inmigrantes peruanas que se incorporaron al servicio doméstico
en tiempos del menemismo. Sus historias de vida, y su ambigua relación
con la realidad y la historia local, pueden verse como un retrato de época,
pero también, como un espejo de la situación actual de miles
de argentinos que intentan incorporarse al mercado laboral extranjero.
La inserción en un contexto ajeno no siempre es fácil; de
ello dan cuenta las actitudes nacionalistas, racistas, sexistas y xenófobas
que se multiplican a lo largo del globo. La performance De mierda,
de Alejandra Bocquel y Carina Ferrari, plantea esta situación desde
el universo lingüístico, evidenciando cómo la discriminación
suele estar firmemente arraigada en el lenguaje cotidiano.
Papeleo hogareño, de Esteban Álvarez y
Tamara Stuby, insiste sobre el tema de la migración, pero esta
vez desde el lugar del que se prepara para su incierto destino. La instalación
recrea un pequeño cuarto de estar, sencillo pero opresivo, en el
que han sido dejado los documentos necesarios para un viaje quizás
sin retorno. Progresivamente, el sueño parece cada vez más
lejano y su concreción se vuelve dudosa.
Acentuando la sensación de clausura y opresión, Francisco
Paredes nos enfrenta a una realidad diferente, en la que el tránsito
de cuerpos se entremezcla con el comercio y la ilegalidad. Su Mercado
de cuerpos hace referencia a una situación más
cruda, el tráfico de órganos, uno de los tantos mercados
florecientes entre el primero y el tercer mundo. Las imágenes remiten
al ámbito del matadero, figura de profundas resonancias sociales
e históricas en la economía y la política de nuestro
país.
Tradición ganadera y conflictos políticos se conjugan también
en la obra de Cristina Piffer. Las placas de carne y resina poliéster
que componen Perder la cabeza llevan inscriptos los nombres
de personajes históricos degollados durante el siglo XIX, una práctica
común para la resolución de las diferencias políticas.
En su mirada al pasado, Piffer señala los antecedentes históricos
de la violencia social como ecos que repercuten en el presente. Y al hacerlo,
pone en cuestión la supuesta novedad de las crisis.
La obra de Eduardo Molinari es una continua reflexión sobre la
historia política argentina. Sus fotografías intervenidas
están plagadas de referencias a prácticas, personajes, lugares
y situaciones de un problemático pasado y un no menos controvertido
presente. Imágenes en superposición y confrontación
continua, como producto de la técnica del montaje, crean conflictos
visuales que inducen a una reconsideración cuidadosa de documentos,
registros y archivos.
Las reconstrucciones de la Casa Rosada y del Cabildo que Fabiana Barreda
ha realizado en azúcar, llaman la atención sobre la precariedad
de la situación institucional argentina. Débiles y efímeras
arquitecturas mentan la fragilidad de los sucesos que albergan o han albergado
estos símbolos pilares de la nación. Las casitas realizadas
con materiales de desecho reciclados trasladan la reflexión a un
nuevo ámbito: el de la vivienda y su proyección social.
Pero su contigüidad sugiere que no se trata de realidades separadas.
La arquitectura ha sido no pocas veces el símbolo incontestable
de los desaciertos del poder político. La historia Argentina cuenta
con sus emblemas, aun cuando se haya pretendido obliterarlos. Juan Travnik
ha realizado una serie de fotografías en espacios abandonados.
Entre ellas, las imágenes del Campus Universitario de Tucumán,
un proyecto de escala monumental jamás terminado, evidencian las
locas ambiciones de una política incapaz de manejar proyectos a
largo plazo.
En El gran sueño argentino, el Grupo Escombros
eleva al grado de “reliquia”, o como ellos prefieren llamarlo,
de “objetos de conciencia”, los restos del Albergue Warnes,
otro de los magnos proyectos irrealizados de este país. Su prolija
presentación, cruzada por cintas argentinas, busca no desestimar
la importancia del “sueño”. Pero la materialidad de
los cascotes no puede sino señalar con ironía su destino
nacional.
Horacio Abram Luján recupera la objetualidad de los cascotes, pero
en una reflexión sobre la destrucción y la construcción.
La finalidad, en sus obras, depende siempre del público: en ellos
queda depositada la decisión de edificar o destruir. Así,
los pedazos de pared, obtenidos de una demolición reciente, esperan
en el espectador su configuración final.
LA VÍA DE LA DEVOCIÓN
Concomitantemente con el malestar creciente, en
la Argentina de los últimos años se observan señales
de una renovación de la fe, la esperanza, la pasión, la
necesidad de creer en algo o de recuperar valores como la caridad o la
solidaridad. Esta tendencia no se reduce ya a los iconos cristianos tradicionales
como San Cayetano o la Virgen de Luján, sino que se difunde hacia
toda una serie de figuras que cobran día a día una importancia
mayor, como la Virgen Desatanudos, la de la Medalla Milagrosa, la Virgen
de Schoenstatt o el Gauchito Gil. Paralelamente, se instaura un fervor
no menos religioso en torno a personajes transformados en símbolos
populares, como Gilda o Rodrigo, o se da vía a un misticismo desligado
de referentes concretos pero de un intenso impacto emocional. El hecho
que los medios canalicen e incluso incentiven esta pasión no es
motivo suficiente para desestimar su profundo arraigo en el imaginario
popular, si bien las estrategias de mercado no han sido ciegas a este
fenómeno.
El ámbito donde más claramente se imbrican pasión,
política y mercado es sin dudas el del fútbol, que en casos
de “necesidad extrema” ha sido ampliado al de otros deportes
(17). El momento sintomático de esta
relación se produjo durante el último torneo mundial: ganar
se había transformado en un imperativo para conjurar las consecuencias
del hambre, el desempleo y el corralito. Pero la victoria no llegó
y la derrota, para muchos, vino a confirmar que la crisis era efectivamente
real.
En el contexto socioeconómico particular de la Argentina de fin
de siglo, las imágenes religiosas circulan en un ambiente ambiguo.
Horacio Zabala lo pone en evidencia en su Diario de viaje,
al exhibir las estampitas y las apelaciones trocadas a los chicos que
piden monedas en el subterráneo. El icono religioso apela a la
caridad, pero nombra también la precariedad económica, la
marginalidad y la exclusión.
La anunciación de la violencia, de Oscar Bony,
enfatiza su referencia a la violencia social al yuxtaponerla con una imagen
religiosa. Más allá de la violencia “real” materializada
en la obra –los disparos sobre su superficie– existe una multiplicidad
de sentidos imbricados en la relación, entre los cuales, quizás
el más obvio, se construye retrospectivamente tras las consecuencias
de la crisis de diciembre.
Las fotografías de Santiago Cavinato se centran en las manifestaciones
populares frente a la Iglesia de San Cayetano. Interminables masas humanas
se agolpan para mostrar su devoción ante el santo protector del
trabajo. Sin embargo, la mirada de Cavinato muestra un aspecto bastante
particular de esta pasión. Como si se tratara de un reclamo político
–¿y acaso no lo es?– la gente es mantenida tras vallas
de contención. Lentamente, las imágenes comienzan a parecerse
a las tantas veces observadas en Plaza de Mayo o en las inmediaciones
del Congreso de la Nación.
Esta relación entre pasión y violencia se encuentra también
en la obra de Javier Juárez sobre la construcción del mito
de Rodrigo Bueno. Las imágenes, tomadas de monitores de televisión,
re/de-construyen el contexto mediático en el que la figura del
ídolo musical va adquiriendo sus atributos de estampa mítica.
A su alrededor, toda realidad parece desvanecerse. Sólo hay espacio
para la epifanía mediática.
Las fotografías de Carlos Furman son menos enfáticas pero
no menos críticas en su reflexión sobre la actualidad. El
paisaje inundado, casi un tropo de la información periodística,
no es tanto una referencia al poder de la naturaleza como la imagen de
la desidia gubernamental frente a un problema casi eterno. En una de ellas,
una cruz se eleva sobre las aguas. El contraste no autoriza mayores comentarios.
La fuerza arrasadora del agua se complementa en la energía mística
del fuego que aparece como una marca constante en las fotografías
recientes de Juan Doffo. Sin embargo, la imagen ígnea trasciende
el mero símbolo. Involucrando a los habitantes de su pueblo natal,
Doffo utiliza el fuego como comunicación y como exaltador de la
cohesión comunitaria, como ofrenda y como aglutinante profano.
El trabajo de Martin Weber se centra en la observación. Son imágenes
serenas, pero al mismo tiempo, cargadas de una profunda intensidad. Es
por eso, quizás, que su Plegaria para el Gauchito Gil transmite
una fuerte carga al instante de la veneración. En otra de sus fotografías,
el rostro ensimismado y lejano de un niño con su camiseta de la
selección argentina abre la interpretación al ambiguo terreno
de la pasión futbolística.
El vestuario, de Marcos López, se presenta como
un eco de esa indeterminación, pero esta vez desde el lugar de
los jugadores. Echando por tierra el entorno exitista asociado tradicionalmente
con este tipo de fotografías, López apunta mucho más
sutilmente hacia una descripción casi antropológica de este
espacio donde las tensiones comunitarias, políticas y mediáticas
se abaten sobre los actores de un mandato social.
Alberto Goldenstein, en cambio, sale a buscar a sus jugadores a la cancha.
En su serie La Canchita, plasma la proyección del deporte en lo
cotidiano, focalizando su mirada en el contexto barrial donde todavía
el fútbol se mantiene del lado de la amistad, el compañerismo
y el tiempo compartido, ajeno a las imposiciones de la política
y el mercado.
Las obras de Carlota Beltrame insisten sobre las relaciones entre deporte
y política que se han dado a lo largo de la historia. Sus pelotas
de fútbol encarnan imágenes de violencia y opresión,
recordando el uso que el poder suele encontrar incluso en lo más
legítimo del fervor popular.
Los objetos guardan las marcas de la puja. Violencia y pasión;
ansia y devoción.
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Notas
(1) Así lo
expresa claramente en el texto de presentación de la muestra “El
Tao del Arte”, realizada en el Centro Cultural Recoleta en 1997:
“El movimiento del arte es la fuga. Conceptos tales como «verdad»
o «realidad» le son extraños porque todo arte es ficción”.
GUMIER MAIER: “El Tao del Arte”, en El
Tao del Arte. Buenos Aires: Gaglianone, 1997 (catálogo de
exhibición). En cuanto a la “estética Rojas”
–también conocida como “arte light”–
si bien es una categoría problemática, podría caracterizarse
como lo hace Andrea Giunta: “La estridencia del color, la banalidad
de los temas, los colores, los materiales decorativos y, sobre todo, la
necesidad de no dar explicaciones, servían para caracterizar ese
arte «liviano»...” GIUNTA, Andrea:
“Marcas del pasado”, Lápiz, 158-159, Madrid, diciembre
1999/enero 2000.
(2) Existe un antecedente más
lejano en los debates en torno a la muestra “90-60-90", realizada
en la Fundación Banco Patricios en 1994. Sin embargo, el contexto
artístico de ese momento no propició la continuación
de las deliberaciones. Es necesario aclarar que los puntos destacados
en este breve recorrido histórico no son los únicos que
podrían mencionarse en la construcción del panorama artístico
de los últimos cinco años. En realidad, existe toda una
corriente de artistas que siempre trabajaron en una línea político-social,
tanto en tiempos de la dictadura militar como en los años de euforia
que siguieron. En este sentido, no corresponde considerar a los eventos
mencionados como puntos de origen sino como momentos de un proceso más
amplio.
(3) LONGONI, Ana; MESTMAN, Mariano.
Del Di Tella a “Tucumán Arde”. Vanguardia Artística
y Política en el ‘68 Argentino. Buenos Aires: El Cielo
por Asalto, 2000.
(4) En realidad, se trata de un cambio
más profundo que Ernesto Montequin describe de la siguiente manera:
“... gestada en el 2000 por Gustavo Bruzzone y Roberto Jacoby, la
revista Ramona auspicia las bodas de la crítica partisana y la
Academia. Si bien en un comienzo en Ramona la crítica era ejercida
casi exclusivamente por los propios artistas, o aspirantes a serlo –cuyas
participaciones oscilaban entre el exabrupto lapidario, la humorada campechana
y una exaltada complacencia corporativa– después de un susurrado
llamado al orden la revista también empezó a hospedar tibios
papers y esbozos de tesinas”. MONTEQUIN, Ernesto:
“Estertores de una Estética (Minutas de un Observador Distante)”,
inédito.
(5) En su programa, el Proyecto Trama
establece “Las actividades que proponemos están dirigidas
a fortalecer vínculos entre la comunidad local de artistas, hacer
visibles los mecanismos que articulan la producción de sentido
del arte en este contexto periférico, y legitimar el pensamiento
artístico dentro del ámbito social y político”.
Para mayor información sobre Trama, consultar: www.proyectotrama.com.ar
(6) La Documenta es una de las exhibiciones
más importantes del arte internacional. La Documenta X se realizó
en la ciudad alemana de Kassel en 1997.
(7) Las visitas tuvieron por objetivo
la realización de la muestra “CityEditings”, que se
llevó a cabo en la Fundación Proa en agosto de 1999.
(8) LONGONI, Ana; MESTMAN, Mariano.
Op.cit.
(9) GIUNTA, Andrea.
Vanguardia, Internacionalismo y Política. Arte Argentino en
los Años Sesenta. Buenos Aires: Paidós, 2001.
(10) DANTO, Arthur.
The Transfiguration of the Commonplace. Cambridge (Mass): Harvard
University Press, 1994 (1981).
(11) Para una discusión sobre
este tema, véase: BÜRGER, Peter: Crítica
de la Estética Idealista. Madrid: Visor (La Balsa de la Medusa),
1996.
(12) Véase: BÜRGER,
Peter. Teoría de la Vanguardia. Barcelona: Península,
1997.
(13) Todas las citas están tomadas
de LONGONI, Ana; MESTMAN, Mariano. Op.cit.
(14)“Discursos y clima de época
parecen coincidir en el fin de las utopías y de las vanguardias”,
constatan Jorge Gumier Maier y Mercelo Pacheco en un reciente libro sobre
la década del noventa (BENEDIT, Luis Fernando
[ed]. Artistas Argentinos de los ‘90. Buenos Aires: Fondo
Nacional de las Artes, 1999). Hal Foster, en cambio, sostiene que las
vanguardias pusieron en evidencia a la institución artística,
promoviendo la crítica institucional que se produce posteriormente
con las neo-vanguardias y que puede rastrearse aún en algunas propuestas
contemporáneas. Véase: FOSTER, Hal. The
Return of the Real. Cambridge (Mass): The MIT Press, 1996.
(15) GRINSTEIN, Eva:
“Arte Argentino Actual: Tedio y Tragedia”, en Nuevos Ensayos
de Arte. Buenos Aires: Fundación Federico Jorge Klemm, 1997.
Ese mismo año, en el bruchure editado con motivo de la muestra
“El Partido de Tenis y Proyectos” de Margarita Paksa, Marcelo
Pacheco contrasta el clima en que fueron gestadas las obras de Paksa –la
década del sesenta– con el que se vivía en ese momento,
señalando: “En un panorama donde la palabra está anestesiada
y donde los proyectos comunitarios han sido clausurados, los ahora protagonistas
intentan mostrar con insistencia un desarrollo lineal que supone su origen
en la década ya legendaria del pop y del hippismo, las utopías
y el amor libre, las luchas revolucionarias y la transgresión artística.
Los noventa con su sentido perverso de la responsabilidad histórica
deciden convertir a los sesenta en el inicio natural de la actual euforia.
Una ficción que necesita de otra ficción para vestir alguna
legitimidad...” (PACHECO, Marcelo. “Margarita
Paksa [re]inicia el juego”, en Paksa. El Partido de Tenis y
Proyectos. Buenos Aires, Museo de Arte Moderno, 1997). En la reseña
de esta muestra publicada poco tiempo después en la revista Art
Nexus, Inés Katzenstein insiste con la misma observación:
“La obra de Paksa, sus proyectos multimedia, sus objetos,
su participación en experiencias artísticopolíticas
colectivas... derivaron siempre de un estrecho diálogo con la realidad
sociopolítica, lo cual, obviamente, contrasta con la apariencia
de inocencia y de ensimismamiento acrítico con que se disfraza
el arte de los años noventa en Argentina... La pregunta que queda
sin responder gira en torno a los efectos que puede llegar a tener una
obra como la de Paksa en un contexto de notoria anestesia política,
como es el caso del medio artístico argentino. ¿Habrá
actuado como un resaltador de la pasividad y la estetización de
gran parte del arte argentino actual?”. (KATZENSTEIN, Inés.
“Margarita Paksa”. Art Nexus, N° 27,
Bogotá, enero-marzo 1998).
(16) Aquí es importante destacar
la labor de personas y grupos que eligen el espacio público como
terreno para sus producciones artísticas, algunos de los cuales
han sido incluidos en Ansia y Devoción.
(17) En un libro de reciente aparición,
Martín Caparrós reflexiona: “¿Será que,
cansados de derrotas, cansados de nosotros mismos, nos ponemos de un triunfalismo
tan tonto que millones son capaces de ver por primera vez en la vida un
partido de basquetbol porque un equipo argentino podría salir primero
y “darnos la alegría que tanto necesitamos”?”.
CAPARRÓS, Martín: “La Edad de Merecer”,
en KOVENSKY, Martín. Limbo. Argentina 2002.
Un Relato en Imágenes. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
2002.
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