Rodrigo
Alonso
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Alicia D'Amico. Serie Retratos. Fotografía blanco y negro. 1996. |
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Graciela Sacco. Serie Cuerpo a Cuerpo. Heliografía sobre palos. 270x270 cm. 1996-2000. |
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Desde sus orígenes, la fotografía participa de un debate
en el que se plasman por lo menos dos concepciones diferentes, aunque
no excluyentes, sobre el medio.
Por una parte, existe una visión técnica que concibe a
la fotografía principalmente como un saber-hacer. Ese
saber es identificable en una variedad de procedimientos formales que
ponen en evidencia una pericia en la construcción de la imagen,
la búsqueda de una precisión en la traducción icónica
del referente o el buen uso de los recursos formales y técnicos
que o-frece el medio en sus diferentes etapas productivas (toma, revelado,
copia).
Una segunda concepción del medio atiende principalmente a su capacidad
para crear imágenes, para identificar en el universo visible el
recorte que ofrece una nueva perspectiva sobre el mundo, que rescata
miradas inadvertidas o potencia puntos de vista inusitados. Desde esta
concepción, la foto-grafía es, ante todo, un saber-ver.
La capacidad del fotógrafo no se mide tanto por su conocimiento
técnico —aunque éste no deja de ser necesario— sino
más bien por su capacidad para manifestar una mirada sobre el
mundo traducida en escritura de luz.
Ambas concepciones se encuentran en la base de múltiples teorías
y opiniones sobre el arte fotográfico. En las directivas de pictorialistas
y formalistas, en los defensores de la toma directa o del “instante
decisivo”, en los practicantes del fotoperiodismo o del ensayo
fotográfico, pueden encontrarse, implícita o explícitamente,
formulaciones que se sostienen sobre una, otra o ambas nociones, con
el similar objetivo de esclarecer el valor sobre el que descansa la fotografía
en tanto medio autónomo y práctica profesional.
Más aún, saber-hacer y saber-ver serán
los postulados sobre los que se forjará la posibilidad de existencia
de un arte fotográfico, en tanto diferente a la práctica
cotidiana de la fotografía. De ellos se desprende, igualmente,
una definición del medio que habilitará determinados usos
y formas, relegando otros, e instituyendo al mismo tiempo un conjunto
de agentes que funcionarán como árbitros de la producción
fotográfica.
Como en otras partes del mundo, en Argentina la fotografía surge
en una relación estrecha con la pintura. Más allá de
la pervivencia de ciertos géneros pictóricos en las primeras
fotografías, como el retrato o el paisaje, las relaciones son
en general mucho más cercanas. Algunos de los primeros fotógrafos
argentinos provenían del ámbito de la pintura, como Juan
Camaña (que fue el primer presidente de la Sociedad Estímulo
de Bellas Artes tras su creación en 1876) o Cándido López.
Las galerías Witcomb y Van Riel, espacios por los que circulaba
la vanguardia artística, poseían estudios fotográficos
que fueron los más importantes de su época. El Primer Concurso
de Fotografía organizado por la Sección Fotografía
de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes en 1927 contaba con un
jurado compuesto por pintores. Un año después se creaba
en la Escuela Superior de Bellas Artes una orientación de fotografía,
dirigida también por pintores (1).
No es sino con la creación de los primeros Foto Clubes y las primeras
revistas especializadas que comienza a diferenciarse y autonomizarse
el terreno de la fotografía del de las artes plásticas.
La configuración de dichos espacios supone la aparición
de grupos de especialistas en el saber-hacer/ver que actúan
desde ámbitos y prácticas específicos. En el primer
caso, la organización de cursos técnicos y de Premios y
Salones, sitúa a los especialistas como forjadores de conocimientos
y evaluadores de los resultados; en el segundo caso, son los Consejos
Editoriales, conformados igual-mente por especialistas, los que van
a legislar sobre la calidad de la producción fotográfica.
Este proceso se verifica claramente desde la década de 1930, reforzándose
en las décadas posteriores.
Sin embargo, la conformación de estos agentes de legalidad no
obedece únicamente a la necesidad de establecer diferencias con
la creación plástica. Se erigen, además, en consonancia
y en un diálogo ambiguo con el ámbito de los medios de
comunicación, en particular, del periodismo gráfico, donde
las imágenes comienzan a circular indiscriminadamente. Establecer
parámetros para la valoración de la producción fotográfica,
definir las particularidades y los alcances de la actividad, permite
diferenciar al que pone en práctica un saber del que sólo
cumple con su trabajo. Esto permitirá, en contrapartida, el ingreso
de los fotógrafos especializados al mundo del periodismo gráfico
sin perder su condición y originalidad, insertando, en el mismo
movimiento, a cierto sector de la fotografía periodística
(el que se articula en la línea del saber hacer/ver definida
anteriormente) en el círculo de la estética fotográfica
consolidada.
Con el correr de los años, la fotografía se establece definitivamente
como medio autónomo a través de la labor de las Escuelas
de Fotografía, las Fotogalerías, los estudios y las publicaciones
especializadas, pero también, a través de figuras que se
transforman en referentes del medio: Horacio Coppola, Annemarie Heinrich,
Humberto Rivas, Grete Stern y, posterior-mente, Alicia D'Amico, Sara
Facio, Andy Goldstein o Juan Travnik, por sólo mencionar algunos.
Todos estos elementos confluyen al refinamiento de un circuito organizado
alrededor de un medio cada vez mejor configurado y definido.
Sin embargo, hacia la década de 1980 —con algunos antecedentes
quizás en los años anteriores— la fotografía
ingresa en un proceso que podríamos denominar de desdefinición (2).
Los factores que determinan este proceso son múltiples y quizás
muchos de ellos no sean aún evidentes. No obstante, tal vez sea
posible señalar algunos, incluso si su incidencia pudiera resultar
parcial o fragmentaria.
Una de las situaciones más manifiestas es la renovada relación
del mundo de la fotografía con el de las artes plásticas.
En realidad, esta relación se produce en un momento donde éstas
sufren un proceso de desdefinición similar, que trasciende en
gran medida aquel que las transfiguró, algunos años antes,
en artes visuales. Quizás sea éste el momento
en que podemos hablar, propiamente, de un ámbito de las artes
visuales, ya que, contradictoriamente, la expansión del terreno
de las artes plásticas al de las visuales no parecía incluir
hasta ahora al medio fotográfico (3).
Este diálogo recuperado genera espacios híbridos, donde
las diferencias entre uno y otro medio pasan a ser irrelevantes o simplemente
formularias. Los estudios y las historias del arte
recientes ya no colocan a la fotografía en un apartado o capítulo
singular, así como una historia de la fotografía reciente
no puede negar la participación de los artistas formados en otras
disciplinas visuales, sin resultar tendenciosas o incompletas. De igual
forma así como los museos y las galerías de arte ya no
hacen diferencias entre las producciones fotográficas de artistas
formados en los ámbitos de la fotografía o de las artes
plásticas, lo mismo sucede en los espacios tradicionalmente destinados
a los fotógrafos, como las Fotogalerías, o en eventos tan
específicos como el Festival de la Luz.
A la creciente interrelación entre estas áreas otrora separadas,
se suma una serie de factores propios de cada entorno que favorecieron
quizás la integración.
En el terreno de la fotografía, algunos autores parecen tratar
el medio con menos solemnidad que sus antecesores. Esto se evidencia
en acciones como el rayado de los negativos (Julie Weiss), la manipulación
cromática (Mar-cos López) o gráfica (Gabriel Valansi)
de las imágenes, el recurso a la puesta en escena (López),
la orientación hacia formas no ortodoxas de utilización
del material fotográfico o de realización de las tomas
(Esteban Pastorino). Otros parecen relativizar la supremacía del
referente para construir miradas introspectivas (Juan Travnik), a veces
recurriendo a técnicas o procedimientos que apuntan a un extrañamiento
del objeto de la toma (Ignacio Iasparra), e incluso, hasta su negación
(Paula Grandio).
Tal vez sea apresurado postular algunas hipótesis, pero quizás
no sean desdeñables los impactos que tuvieron en la actividad
fotográfica la creciente presencia de la fotografía publicitaria
(que muchos de los autores mencionados practican o practicaron), y más
generalmente, las constantes manipulaciones de las imágenes propiciadas
por los medios gráficos y la tecnología digital (que está en
la base de gran parte de las teorías sobre el simulacro, que fueron
igualmente populares en los ochenta).
La producción publicitaria propicia la creación de un mundo
cosmético, donde el objeto retratado cede al impacto de los efectos
y las manipulaciones posteriores al instante de la toma. Su artificialidad
contrasta con la búsqueda de la autenticidad y la exaltación
del objeto retratado, propio de la fotografía objetual enraizada
en la tradición fotográfica. En la imagen publicitaria,
no interesa el objeto, sino el símbolo que se desprende de él,
producto, en gran medida, del maquillaje técnico que lo recubre.
Esta artificialidad se separa igualmente de la autenticidad y el sustrato
narrativo que persiguen el fotoperiodismo y el ensayo fotográfico:
a veces, mediante una autoreferencialidad que niega toda posibilidad
narrativa; otras, a través de la construcción de un discurso
fuertemente sobreimpuesto que no oculta distorsiones ni manipulación
(como el que se desliza en la obra reciente, tanto publicitaria como
artística, de Marcos López).
Del lado de los artistas plásticos, la fotografía introduce
un renovado interés por la representación, tras un período
en que el conceptualismo había desplazado la producción
artística hacia la investigación lingüística
y discursiva. El neoconceptualismo de los ochenta recupera la importancia
de la imagen, reorientando el interés discursivo hacia el ámbito
de los medios de comunicación masiva, donde aparece con gran protagonismo
la imagen fotográfica. La obra de Dino Bruzzone explora esta vertiente,
principal-mente en sus reconstrucciones de imágenes periodísticas.
Este procedimiento introduce una de las claves preferidas por los artistas
que se acercan al medio fotográfico desde las artes plásticas,
por lo menos claramente en los noventa. En éstos, la fotografía
adquiere frecuentemente un sentido utilitario. Lo que define su acercamiento
al medio es un saber-usar. Así es como Leonel Luna construye
sus particulares versiones de la iconografía histórica
argentina, o Martín Bonadeo traspone un paisaje al ámbito
expositivo; así es como Gabriela Fernández elabora reflejos
imposibles o Marcela Mouján produce retratos fotográficos
o estampas de la naturaleza no menos irreales. En este mismo sentido
se pueden pensar ciertas recuperaciones de procedimientos formales fotográficos
históricos, como el fotograma en la obra de Andrea Ostera o la
heliografía en la obra de Graciela Sacco.
De algunos artistas parece casi improcedente decir que hacen fotografías.
Su producción se describe mejor con el nombre de práctica
fotográfica. Un ejemplo evidente es la serie sobre la conquista
del desierto de RES, o las múltiples series objetuales de Raúl
Flores. En estos conjuntos se plasma una tendencia común al arte
de los noventa, que aparece con dificultad en los artistas argentinos
durante ese período pero que parece incrementarse hacia los inicios
de la década siguiente: la recuperación del sentido procesual de
la práctica artística, que los artistas habían descubierto
en las décadas del sesenta y setenta, en gran medida, de la mano
de la fotografía.
Treinta años después la alianza se renueva, quizás
de manera más duradera. Los beneficios no son menores. Tras un
siglo de definiciones precarias y relaciones ambiguas, las artes visuales
parecen volver a congregarse, pero esta vez, revisando pactos y derribando
fronteras.
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Publicado en:
Territorios Ocupados (cat.). Buenos Aires: Espacio Fundación
Telefónica, 2004.
Notas
(1) Para ampliar el panorama sobre la historia de la
fotografía en la Argentina consúltese: Sara Facio. La
Fotografía en la Argentina. Desde 1840 a Nuestros Días.
Buenos Aires: La Azotea, 1995.
(2) Para no abusar de la palabra deconstrucción,
prefiero utilizar el término desdefinición, menos
sobredeterminado filosóficamente.
(3) Existen numerosos autores que diferencian entre fotografía
y artes visuales. Véase, por ejemplo, Eric Hobsbaum. A la Zaga. Decadencia
y Fracaso de las Vanguardias. Barcelona: Crítica, 1999.
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