Rodrigo
Alonso
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Leandro Allochis. De la serie Esposas. Fotografía color. |
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Mario Baigorria. De la serie Patagonia. Fotografía blanco y negro. |
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Por sus características geográficas, la Patagonia Argentina no ha podido escapar con facilidad a la omnipresencia del paisaje. Los horizontes interminables, el vasto mar, la naturaleza pujante, lagos, ríos y montañas eternas convocan con insistencia la mirada, reclaman el reconocimiento de su triunfo sobre el tiempo y su necesidad para todo lo que vive.
Sin embargo, esa relación esencial no es absolutamente determinante en la obra de los artistas de la región. Si bien es cierto que el paisaje es uno de los recursos que muchos de ellos utilizan, no es menos cierto que su producción escapa a la superficialidad que muchas veces induce aquél. Las miradas que sólo se detienen en la belleza natural, que no se proponen otra cosa que transmitir la vitalidad orgánica de un mundo de formas esplendorosas y armónicas, no hacen sino sumarse al cliché visual con que se mercantiliza ese territorio para transformarlo en un mundo de imágenes estereotipadas listas para el consumo inmediato; imágenes que, parafraseando a Clement Greenberg, “no pretenden pedir a sus consumidores nada más que su dinero, ni siquiera su tiempo”.
Bien por el contrario, la experiencia estética exige un tiempo, que no es sólo el tiempo de la contemplación sino también el de la reflexión y la pregunta. Hay un más allá de las imágenes que tiene una existencia ajena a la de la mera representación, que se sumerge hasta el concepto, y este territorio es el que exploran los artistas de esta exposición.
Miradas Australes propone un recorrido por la fotografía de la Patagonia Sur desde una perspectiva netamente contemporánea. Escapando a estereotipos y clichés, los artistas reunidos en esta muestra prefieren indagar en los aspectos menos evidentes de la zona, en su cartografía e historia, en sus signos y entornos urbanos.
Para ello, recurren a lenguajes y soportes fotográficos plurales. Registros y puestas en escena, tomas directas y tratamientos digitales, copias de autor e instalaciones confluyen en este panorama amplio y diverso de la producción fotográfica reciente de este singular sector de nuestro país.
El paisaje no está necesariamente ausente, pero si aparece extrañado, enrarecido. En muchos casos es sólo una huella, un contexto aludido o una presencia invisible pero latente. En otros, hay una aproximación poco común que llama la atención sobre datos inadvertidos y detalles sutiles.
Este es el punto de vista preferido por Horacio Córdoba. Aun cuando posa su mirada sobre la naturaleza, se concentra en lugares que sólo la cámara puede descubrir, mediante acercamientos extremos y el uso de lentes que amplían lo mínimo a la capacidad de nuestra visión. De esta forma descubrimos un mundo insospechado, de referencias familiares pero a la vez irreconocible, que se debate entre la materia orgánica y el universo de las formas estéticas, entre las texturas y el cromatismo.
Silvia Ravetta pareciera operar en el sentido inverso. Sus fotografías muestran amplias extensiones atravesadas por un horizonte constante, pero están contenidas en pequeñas cajas que desafían la amplitud de los paisajes retratados. Hay una tensión evidente entre el contenido y su continente, que se resuelve en el montaje rítmico de las cajas. Aquí estallan tanto la linealidad del terreno como el encierro de cada módulo. Unos y otros pasan a formar parte de un juego visual que espacializa el conjunto al tiempo que proyecta su sentido en el ojo y la mente del espectador.
Un grupo de cruces corta la horizontalidad del paisaje en una serie de fotografías de Carlos Hopian. El corte no es sólo formal; las cruces tiñen con toda su carga semántica unos espacios que de otra manera hubieran sido prácticamente anónimos. A pesar de la ausencia de personas, estos símbolos humanizan el paisaje, hablan de un espacio transitado, habitado, a medio camino entre la vida y la muerte. En otra serie basada en sombras, nuevamente los elementos ausentes inciden significativamente sobre las imágenes. Aquí, la fotografía es huella de un instante, la semblanza de una configuración única y momentánea del universo luminoso.
Mario Baigorria desarrolla una poética de la ausencia. El tema es común a dos series fotográficas realizadas en tiempos muy diferentes, pero que de algún modo parecen emparentadas. En el primer caso se trata de registros exteriores, de objetos olvidados, abandonados a su suerte, descartados. Las imágenes son atemporales y mudas, en austeras tonalidades de grises. Una marcada nitidez transforma a los objetos en verdaderos protagonistas. Su otra serie, en cambio, recurre a los esfumados y las disolvencias para plasmar un universo de seres fantasmáticos, personajes que habitan la memoria y que se manifiestan en la calidez de los espacios interiores.
La memoria es un tema central en la obra de Sonia Cortez. Investigando en los documentos y las imágenes de la Patagonia, la artista conjuga pasado y presente como una forma de reconectar la historia, la geografía, las tradiciones y la vida de su gente. Como los recuerdos mismos, la obra de Cortez está compuesta por fragmentos que se organizan sin una lógica aparente. Pero penetrando la superficie, los segmentos se articulan, entran en diálogo, conviven, se contraponen. Una disposición compleja y secreta parece animarlos y otorgarles su elocuencia.
Liliana Solari trabaja igualmente sobre documentos. Pero en su caso son antiguos mapas el punto de articulación del paisaje con el universo humano. La artista parte de imágenes satelitales que transforman el terreno patagónico prácticamente en una abstracción. Sobre ellas sobreimprime arcaicas cartografías, intentos obsoletos por explicar el mundo que no obstante no dejan de inscribirse sobre él como un pasado irrenunciable.
Las fotoserigrafías de Andriana Opacak refieren a otra marca ineludible de la región: su industria petrolera. Arquitecturas y maquinarias interfieren el paisaje con su pesada carga gris, que la técnica utilizada por la artista exalta sobre una superficie blanca e inmaculada. Las estructuras industriales se acumulan en la pared como en el paisaje patagónico. El conjunto habla de una Argentina de la que sólo parecen quedar resabios.
Bettina Muruzabal recurre a una técnica similar para posar su mirada en otro de los tesoros australes: su fauna, y en particular, uno de los animales más característicos y centrales en la economía de la región: la oveja. El tratamiento privilegia las composiciones ascéticas y despojadas, en una voluntad minimalista que la acompaña a lo largo de toda su obra. El tema es recurrente: la artista lo ha desarrollado también en instalaciones y objetos. En todos los casos hay algo así como una transmutación estética que torna al animal doméstico en instrumento y forma del trabajo artístico.
En la obra de Patricia Viel el mismo tema adquiere connotaciones diferentes. Viel interviene las fotografías de ovejas con pinceladas que dejan su huella y expresión sobre el soporte; de esta forma, la artista se involucra más íntimamente con el tema y su representación. El hecho de vivir en el campo y en contacto directo con esos animales no es un dato menor. Sin embargo, su obra trasciende la anécdota y encuentra en la confluencia de fotografía y pintura, figuración y abstracción, los instrumentos para explorar instantes de fuerza plástica.
Las imágenes de José Luis Tuñón son el resultado de una intervención no ya sobre el soporte fotográfico sino sobre la naturaleza misma que éste registra. Las tomas existen en ese límite ambiguo entre realidad y ficción, allí donde su diferenciación se hace débil y precaria, ya que las incursiones del artista, que parecen ajenas al entorno donde se aplica, no hacen sino modificar la percepción para capturar con mayor intensidad dicho ámbito. Su accionar modifica rotundamente la mirada. Y en ese cambio de perspectiva se cifra la agudeza de un pensamiento determinado a indagar el funcionamiento discursivo de los espacios naturales.
Las intervenciones de Cristina Acuña son algo más enigmáticas. Se producen principalmente en espacios urbanos o semi-urbanos y parecen tener un carácter invasor. Un conjunto de esferas azules actúa como instrumento y metáfora de una ocupación silenciosa pero definitiva. Ámbitos deshabitados, pero con las marcas de lo humano latentes, son los sitios preferidos para este desborde de objetos que parecen avanzar sin tregua sobre espacios vacíos y desolados.
Adriel Ramos encuentra una soledad similar en el entorno urbano. Sus fotografías panorámicas estiran la ciudad hasta transformarla en un nuevo horizonte, en una trama lineal de casas, calles y vehículos que lentamente van perdiendo sus particularidades para ingresar al ámbito de lo común. Aunque los elementos ciudadanos son tan anónimos como los de cualquier urbe, las casas bajas, resaltadas por el aplanamiento del formato fotográfico, delatan su pertenencia a una localidad reducida. El sentimiento de agobio no es, sin embargo, distinto al de la gran ciudad.
En las fotografías de Leandro Allochis la opresión pasa por los objetos y las posesiones. Toda pertenencia parece ser a la vez un instrumento de identidad y de sumisión, de expresión y de dominio. Los objetos más banales adquieren un carácter simbólico definitivo, fetichista; dotan a sus poseedores de un rasgo de personalidad a la vez que los congelan en relaciones de poder o estereotipos.
Las diferencias son aparentes. En todo caso, ellas sólo podrían surgir desde una posición creativa, desde una perspectiva ajena a las imágenes cristalizadas, desde una actitud que, como la de los artistas de esta muestra, trascienda determinaciones y clichés para dar rienda suelta a una mirada liberada.
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Publicado en:
Miradas Australes (catálogo). Buenos Aires: Arte x Arte, 2005.
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