Rodrigo
Alonso
“Yo se de un laberinto griego que es una línea única”
Jorge Luis Borges
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Tomás Espina. Fila India. Pólvora sobre tela. 100x300 cm. 2003.
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Ignacio Amespil. Cubo Cada 60 Segundos. Mecanismos de relojería y metal. 2001. |
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En la tradición formalista –la que llega a su máxima
formulación en las teorías de Clement Greenberg– la
línea es el patrimonio privilegiado de las artes bidimensionales,
como la pintura o el dibujo. En tanto tal, su destino es la representación
(ya sea abstracta o figurativa), la creación de una imagen extraída
del mundo o añadida a él, en la que se despliegue todo
el potencial visual de las artes plásticas.
La crítica duchampiana a la “pintura retiniana”, al
arte que descansa exclusivamente en los valores construidos sobre su
manifestación visual, introdujo una nueva forma de pensar las
imágenes en el arte contemporáneo. En los ya famosos ready-made de
Marcel Duchamp, los valores formales de la obra artística quedan
relativizados, en tanto dejan de ser los portadores del sentido último
de la obra. Ésta se debate ahora entre representación y
presentación de una realidad extra-artística, entre edificio
formal y propuesta intelectual, entre objeto de la percepción
y elemento de una proposición discursiva.
Liberada de su designio representativo y de los valores objetivos de
la forma, la obra artística reclama una captación perceptual
pero también intelectual, incorporando al espectador como pieza
clave de un desarrollo que se completa más allá de la imagen.
En este tránsito, la obra adquiere un carácter procesual
e incompleto, precario y siempre provisional, no sólo por su apertura
a múltiples interpretaciones (las que existieron siempre, incluso
en las obras más académicas), sino principalmente, por
su tendencia a rechazar toda fundamentación de lo artístico
basada en modelos y patrones previos, y proponer, en cambio, una negociación
de la experiencia estética, en la que artista y espectador trabajan
en conjunto.
Así, la producción artística actual desestima su
conclusión en una imagen cristalizada para dar lugar a formas
más dinámicas de interrelación entre valores plásticos,
claves conceptuales, marcas de contexto o referencias a la realidad.
Asimismo, cuestiona la noción según la cual el autor sería
el garante de un sentido prefijado y la concepción romántica
de una obra de arte autónoma, independiente del entorno y las
particularidades de su recepción.
Los artistas de esta exhibición trabajan desde la inestabilidad
y la precariedad de las imágenes contemporáneas. En sus
obras, la representación surge como el resultado de un proceso,
de una construcción o de un cruce particular con el contexto.
La configuración formal aparece siempre incompleta, exigiendo
del espectador un plus de percepción, intelecto o imaginación.
Cada línea es el señuelo de una imagen huidiza, y la ocasión
de un encuentro, por momentos desconcertante y por momentos lúdico,
entre artista, obra y espectador.
I.
La obra de Tomás Espina parece surgir de un diálogo
constante: con su formación artística, con los medios que
emplea, con el contexto socio-cultural. Sus trabajos invocan permanentemente
una lectura intertextual, una mirada atenta a patrones estilísticos
y citas históricas, una interpretación que de cuenta de
las diferentes capas sobre las que han sido construidos.
Muy tempranamente, una serie de trabajos basados en Sin Pan y Sin
Trabajo (1892-93), de Ernesto de la Cárcova, le valieron
la atención de la crítica. En ellos, Espina no sólo
se valía del comentario social plasmado magistralmente en la tela
del siglo diecinueve, sino que dialogaba con su propia formación
académica de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Oscilando entre
la ironía y la reflexión política, el artista, desnudo
frente a la figura masculina del cuadro, traía el conflicto a
la actualidad, pero al mismo tiempo, prolongaba la desazón de
la situación retratada a la propia condición del artista
contemporáneo.
En sus trabajos recientes, Espina trabaja con imágenes extraídas
de la televisión. Amplias superficies blancas son atravesadas
por una trama de líneas electrónicas, producidas con pólvora
quemada sobre la misma tela. El medio tiene una relación directa
con las situaciones representadas (en general, conflictos sociales transmitidos
por los noticieros televisivos), no sólo por su relación
metonímica con la violencia retratada, sino además, y principalmente,
porque la pólvora ejerce su agresión sobre el soporte,
poniendo en riesgo la persistencia de toda la composición. Imágenes
del peligro sobre una imagen en peligro.
Pero además, existen otros indicios que llaman la atención:
la mayoría de los motivos elegidos evocan obras famosas de la
historia del arte: de Goya, de Münch, entre otros. Nuevamente, la
reflexión sobre la relación del artista con el momento
en el que vive yace como sustrato, más allá de vínculos
y referencias específicas.
La escala de las obras es un factor importante a considerar. Su tamaño
hace que la imagen oscile entre el detalle de las líneas y la
totalidad de la composición, entre la textura de la tela rasgada
por la pólvora quemada y la figura que emerge de ese entramado
azaroso. En este sentido, es necesaria una gran capacidad de abstracción
para reconstruir la ilustración que dio origen al conjunto. De
esta manera, se enfatiza el proceso constructivo del acto perceptivo,
exaltando la dimensión temporal implícita en tal acto.
En el extremo opuesto a las estampas electrónicas de las cuales
parte, las piezas de Espina exigen una contemplación cuidadosa
y un análisis paciente, que involucra tanto una reflexión
sobre los acontecimientos históricos referidos como una meditación
sobre el estatuto precario de las imágenes de hoy.
II.
Las intervenciones de Mauro Giaconi invaden el espacio
expositivo creando un conflicto en su estructura arquitectónica.
Confundiéndose con elementos funcionales de la construcción,
plantean un dilema entre realidad y representación, entre operación
artística y materialidad edilicia. Tuberías, canillas y
cables se convierten en instrumentos estéticos y poéticos,
mientras las paredes de la galería –y por extensión,
toda su entidad en tanto ámbito institucional– actúa
como soporte de la propuesta del artista.
Enfrentándose al espacio idealizado de la galería, a su
heredado orden de “cubo blanco”, Giaconi apela al contexto
expositivo en tanto espacio físico, de presencia concreta. Mediante
sutiles diseños en materiales de construcción comunes,
en diálogo con los ya existentes en el recinto, produce una oscilación
paradójica entre ocultamiento y desocultamiento: si la obra se
disimula, el espacio conservará su presencia, pero si es el espacio
el que se disimula, será la obra la que aparezca como resultado.
De esta manera, las piezas entran en un juego dialéctico con el
entorno, negociando su carácter de “obras de arte” con
el espacio expositivo, el contexto de exhibición y el circuito
institucional.
El universo de formas de los trabajos es preeminentemente lineal. Las
tuberías generan vectores en el espacio, jugando con la arquitectura
y sus componentes estructurales. En general, las piezas simulan prolongaciones
de elementos ya existentes o surgen como extensiones anómalas
de los propios muros. Esta continuidad con el espacio sugiere una propagación
de la obra hacia el interior, como si lo que vemos fuera sólo
la exteriorización de un plan superior, que podría incluirnos
a nosotros mismos.
Aunque sus propuestas sean arquitectónicas, Mauro Giaconi se ha
formado en el área de las artes plásticas. Los dibujos
de sus proyectos para la galería así lo señalan.
En éstos, no existe una exacta reproducción del espacio
físico sino, muchas veces, ingeniosas distorsiones perspectivas
que ofrecen una mirada diferente de los lugares sobre
los que proyecta. Una sala con estos dibujos presenta una serie de diseños
para la terraza de la galería, que aún no han sido realizados.
Como en el caso de otros artistas que trabajan de esta manera (principalmente,
los herederos de la tradición conceptual), los bocetos poseen
autonomía como obra, en tanto encarnan la mirada personal de su
autor, su concepción espacial y su concepto artístico.
Proyecto y obra confluyen en una lectura particular de la espacialidad
arquitectónica, en tanto no es en la construcción de un
espacio sino en sudeconstrucción donde se sustenta el
sentido final de las intervenciones.
III.
Aun cuando llaman la atención por su apariencia lúdica,
las obras de Ignacio Amespil tienen como trasfondo los
universos de la ciencia y la tecnología.
La referencia a tales universos es, ciertamente, del orden de la evocación
poética. No se encuentran en sus piezas las precisiones científicas
que sedujeron a Leonardo, o la impersonalidad que atrajo a algunos de
los más importantes artistas del conceptualismo histórico.
Por el contrario, sus trabajos reniegan de las constancias matemáticas
y físicas, poniendo en cuestión los postulados que fueron
el fundamento de la Era de la Razón.
Una rápida recorrida por la muestra permite evidenciar la inclinación
del artista por las formas geométricas. Entre ellas, el cubo se
propone como la figura por antonomasia. Su presencia, sin embargo, es
ante todo conjetural, imaginaria, ya que jamás se presenta como
tal sino es en la mente del espectador que debe reconstruirlo, ya sea
a partir de una serie de líneas blandas o de un preciso mecanismo
de relojería.
El cubo, esa figura ensalzada en el minimalismo por su pura idealidad
(ya que, de hecho, no existe en la naturaleza), por su impersonalidad
constructiva y por su ausencia de referencias sentimentales o emotivas,
se torna aquí la ocasión para una contemplación
estética, lúdica y participativa. Su ubicación por
series repite el esquema matemático, pero desligado de sus constricciones
científicas. El recurso a colores vivos en los modelados en resina,
enfatiza sus cualidades perceptivas, relativizando su identidad fundada
en la línea para exaltar la vibración de los valores cromáticos.
Trascendiendo las cualidades plásticas, el propio cubo es el resultado
de un acto de percepción en el que el espectador cumple un rol
activo. Invariablemente, los cubos no se presentan como tales, sino deformados,
desarticulados e imprecisos. Un caso particular lo constituye la instalación
de líneas metálicas que forman esquemas cúbicos
momentáneos al ritmo de los mecanismos de un conjunto de relojes.
Allí, la imagen cobra vida en un instante, para mostrar su irrealidad
al instante siguiente. Y en ese acto, se delata como construcción
provisional, se niega a congelarse en un producto visual definido.
Otro núcleo de obras completa la exposición. Si en las series
de cubos aparece el interés por el volumen, y en la instalación
mecánica la preocupación por el tiempo, en las piezas realizadas
con balanzas se manifiesta una referencia al peso, y por extensión,
a la gravedad. Aquí, la línea es la que determina la medida
del peso de un cuerpo al desplazarse sobre un sistema de graduación
tipificado. La disposición de las balanzas, sin embargo, relativiza
tal medida, jugando con las paradojas propias de todo sistema convencional.
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ENTRELÍNEAS
Tomás Espina, Mauro Giaconi, Ignacio Amespil
Curador: Rodrigo Alonso
Inauguración: 20 de agosto de 2003
Galería Alberto Sendrós
Pasaje Tres Sargentos 359
C1054ABA / Buenos Aires
(54-11) 4312-0995 / 4312-5915
info@albertosendros.com
www.albertosendros.com
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